
¡Hola, clase!
Este módulo 7 me ha parecido más denso que los anteriores, ha sido igualmente interesante pero, a decir verdad, mientras escuchaba los diferentes ejemplos del PDF había algunos que podía diferenciar claramente y otros que no; achaco esto a que, en realidad, soy profana en la materia y que, por supuesto, aún no tengo el oído lo suficientemente entrenado.
En primer lugar, dejo por aquí el PDF de mi Diario con esquemas e ideas principales del módulo:
Por otro lado, en el enunciado para esta práctica, se nos proponen dos ejercicios por separado. El primero de ellos era la creación de un remix, mashup o plunderphonics cogiendo como base diferentes audios preexistentes. Me he decantado por el marco del plunderphonics al tratar de manipular y yuxtaponer materiales sonoros preexistentes (a excepción de un patrón de Typedrummer) con el objetivo de resignificar y construir una narrativa crítica. Como base de la pieza, he utilizado un fragmento de la Lacrimosa, de Mozart, una pieza que, personalmente, siempre me “ha puesto los pelos de punta” y que, si hacemos una lectura de su letra, podríamos asociarla a algo trágico o sagrado. En ciertos momentos, acompasaba este fragmento con patrones generados por typedrummer que, a mi percepción, podrían dar una sensación de aceleración o frenesí (una especie de latidos mecánicos). Además, he alterado la altura del sonido principal para introducir sonidos de glitches, explosiones y bombardeos aéreos (procedentes de bases de audio libres de derechos) que cortan esa continuidad musical para generar una especie de sensación de colapso, rompiendo la armonía musical y, a su vez, generando una metáfora sobre la interrupción de la propia vida. De algún modo, he pretendido explorar cómo la solemnidad de lo clásico se puede erosionar por “ruidos” del presente y cómo esa fricción, superposición y contraste se puede reinterpretar como lenguaje artístico.
El segundo de los ejercicios trataba de escuchar una selección de Edu Comelles del programa Vía Límite de José Manuel Costa. Realmente, la lista que se nos proponía era muy larga y, la verdad, aún no he escuchado todos pero, desde un primer momento, me llamó la atención el de Alvin Lucier y, por ello, quiero dedicar este apartado de reflexiones a ese mismo. En primer lugar, me llamó la atención porque ya hemos podido analizar y escuchar la obra de este artista dentro de esta misma asignatura. Personalmente, I am Sitting in a Room me pareció una obra fantástica que captó toda mi atención desde un inicio; me pareció un proceso que, puede ser replicable (es decir, que no depende de grandes recursos) pero que contiene un mensaje poderoso. En la misma línea, me llamó la atención 4 Rooms, de Kirkegaard que, aunque sea de otro autor, pienso que tienen una gran conexión narrativa y crítica.
Dicho esto, queda claro que siento especial atracción por la obra de Lucier por la particular forma de relacionar espacio y sonido, un camino que lo aleja completamente de un convencionalismo o academicismo musical. Escuchar el episodio propuesto, para mí, ha supuesto ampliar y reafirmar algo que ya intuía con el primer contacto que tuve con su obra (I am Sitting in a Room). No creo que su arte busque impresionar o entretener sino, más bien, revelar y hacer que el sonido mismo se convierta en fenómeno físico y perceptivo más que tratar tan sólo lo musical o melódico de una pieza en sentido estricto.
Con este episodio se puede escuchar precisamente esa obra (no su totalidad, pero sí parte) y, escuchándola de nuevo, con un mayor conocimiento que tengo del arte sonoro actualmente, empiezo a generar nuevas preguntas: ¿Dónde situamos la línea entre el contenido y el contenedor? ¿Dónde está la frontera entre el mensaje verbal y su propia resonancia? Y es que, recordemos, llega un punto que ese significado literal, simplemente, desaparece; lo único que nos queda de él es un rastro vibratorio, una huella sonora de una voz que poco a poco se ha ido disolviendo en el espacio que la contenía. En mi opinión, este proceso contiene un atractivo punto metafísico, no sólo se trata de un experimento acústico sino que también nos deja una reflexión sobre el paso del tiempo. Asimismo, esa propia distorsión me recuerda a la fragilidad de la identidad y la transformación del lenguaje; en este sentido, ¿alguien puede decir que es la misma persona que hace un año? ¿la misma que hace 10 años? ¿la misma que cuando nació? Una de las interpretaciones que saco (de las muchas lecturas que creo que se pueden hacer) es, precisamente, esa alteración que podemos aplicar a cualquier proceso vital, desde el más ínfimo y particular hasta el más generalizado. La obra ya no es una pieza sonora, sino una experiencia fenomenológica; no es cuestión de que el oyente escuche un mensaje, sino de que escuche al espacio escucharse a sí mismo.
Como artista, plantearme e incluir la relación entre cuerpo y espacio es una constante en diversas disciplinas; en este taller en particular, la tercera variable es el sonido. A diferencia de la música (que no digo que sea mejor ni peor, simplemente, diferente) que busca dirigir una emoción, narrar una historia o entretener melódicamente, Lucier se alinea con una escucha profunda, abierta y que llama al autoconocimiento y a la reflexión. En unos tiempos tan sobresaturados de estímulos, tanto de imágenes como de sonidos, como es la época que vivimos actualmente, la propuesta de este artista me resulta casi espiritual, un retorno al silencio, a la escucha activa y a la atención del momento de forma consciente.